jueves, 24 de marzo de 2011

Muerte del ego-religioso.

Más motivos para huir.  Camino sólo, cansado y con hambre, preparandome para el viaje en el que mate a mi falso-yo. Apenas he dormido dos horas, no he ingerido alimento alguno en un día para poder acostumbrarme al hambre antes de conocerla por necesidad. He caminado desde las seis de la mañana a las cuatro de la tarde y he vuelto a la ciudad.
La gente que pasea es consciente de su propio ego. Voy ataviado de forma poco convencional así que la gente que me mira desvía su mirada, por miedo o por duda. No lo sé. Sé que no les importo ni yo ni gente en peores condiciones.
Un par de hombres trajeados, con insignias, insignias que los marcan, no dejan de ser un número, un nombre, una insignificante parte más de su grupo. Se acercan para ofrecerme salvación. Salvación a través de su fe. Los miro con indignación y miro a mi alrededor. A cinco metros un hombre rebusca en la basura esperando encontrar algo que le sirva, ropa, comida, ¿quién sabe?. Me acerco y le doy diez euros, no llevo más, sino se los daría. Prescindo de mi sustento para ayudarlo, no me importa. Me giro y ahora los hombres de traje me miran a mi. Indignados por mis acciones. Les pregunto si su fe permite salvar de ese modo. Se miran entre ellos y se van.
Hoy ha muerto parte de mi falso-yo. Me he despojado de cualquier ilusión de fe, de hipocresía, la salvación del hombre corresponde al propio hombre y no a ningún tipo de Dios.

Bajo el cielo de Pontevedra.

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